Que no nos falte la poesía. Es una herramienta de emoción y de conocimiento. Siempre habrá aquí un poema. Hoy, uno de Roger Wolfe. Esta semana, además, el poeta recita sus versos. Puedes escuchar el audio aquí.
Las seis de la mañana
y he bajado con el perro.
La luna está entre gasas.
Vaga neblina; la temperatura
—dice diez la marquesina—
es ideal. De todos modos,
llevo tres capas, chaquetón, bufanda,
gorra de lana de las Hébridas,
y por si todo eso fuera poco,
los guantes en uno de los bolsos.
Hay humedad —barro bajo suelas—
y el mundo está callado; calladísimo
(el mirlo ha cantado hacia las cinco,
y su silencio, ahora, me habla
con otra voz. Él y yo nos entendemos).
Hacía meses —no sé si meses;
mucho tiempo en cualquier caso—
que no revivía esta rutina. Qué bien,
me digo; qué bien, estar de esta manera
a solas con el mundo, una vez más.
Suelto al can; el pobre
está muy viejo, pero aún trota
y olisquea alrededor de las farolas.
Pasa un individuo
enfundado en un abrigo
y un gorro montañero
con cables colgándole de los oídos.
No sé de dónde viene;
no sé a dónde va. Es la figura
que exige toda escena urbana.
Ya se ha ido.
Tomo aire
y lo expulso lentamente
con un profundo gesto
de satisfacción.
ROGER WOLFE
Febrero de 2020